A José Contreras
Malgré tout las horas que he pasado contigo
creando tantos recuerdos
siendo mi mano tu caricia, tus formas.
Malgré tout las cadenas te condenan
los grilletes te inmovilizan
prefieres tu suerte que estar conmigo.
Malgré tout tu castigo eterno
te tiene dormida, sumisa
prefieres morir contra la tierra que vivir en contra mía.
Malgré tout tienes en mi a tu amante
la voz que siempre estará contigo
no dejare de pensarte y añorarte.
Malgré tout has cambiado de hogar
y tu imagen borrosa queda en los jardines
el tiempo te ha hecho vulnerable
y el cobijo de otro techo has encontrado.
Malgré tout mi cuerpo te canta
con mi mano en el corazón
las heridas se conjugan
te recrean una y otra vez.
Malgré tout tengo que alejarme
tengo que decirte adiós desde un puerto extraño
te dejo a los demás, a los que no tienen voluntad
a los que no tienen a quien amar, a los faltos de esperanza
a los corruptos del poder
a los que prefieren el reloj que la belleza
te dejo a todos menos a mi que me dueles
tengo que abandonarte, dejarte a la soledad de otros ojos
si amor tengo que irme, a pesar de todo.
martes, 16 de octubre de 2007
lunes, 15 de octubre de 2007
La Muerte se Aproxima
Sentado, exhausto busco en mis manos una respuesta
sangre seca que envuelve mi piel
el dolor intenso en todos mis huesos.
Mi cuerpo pide alivio y descanso
pero no tengo mucho tiempo
y el camino aún es largo, tengo que seguir.
Mis piernas poco responden
mis pies doloridos apenas soportan mi peso
a lo lejos veo a una mujer, ella me ayudara.
Ella es mi salvación tengo que acercarme
por fin estoy tras ella, la tomo de los hombros
descubro su cuello, su grito es ahogado en un mar de sangre
mi fuerza vuelve ¡estoy vivo!
sangre seca que envuelve mi piel
el dolor intenso en todos mis huesos.
Mi cuerpo pide alivio y descanso
pero no tengo mucho tiempo
y el camino aún es largo, tengo que seguir.
Mis piernas poco responden
mis pies doloridos apenas soportan mi peso
a lo lejos veo a una mujer, ella me ayudara.
Ella es mi salvación tengo que acercarme
por fin estoy tras ella, la tomo de los hombros
descubro su cuello, su grito es ahogado en un mar de sangre
mi fuerza vuelve ¡estoy vivo!
miércoles, 10 de octubre de 2007
Valor
Desde siempre, según dicen, los magok-da se alimentan sólo de carne de yak, leche de yak y papas fritas en grasa de yak. (Habitan las magras estepas de Daka, donde medran aún esos cuadrúpedos.) Esa dieta milenaria los ha convertido en un pueblo tan obeso que, por ejemplo, pocos pueden caminar, menos aún correr, y los jinetes más grandes entre ellos deben cabalgar sobre dos o hasta tres monturas al mismo tiempo. Pero no les impide satisfacer sus ánimos belicosos, como se verá en el siguiente fragmento del historiador Kschatt de Morrst:
La víspera de toda batalla, se escuchan en sus campamentos los sonidos de un trabajo febril. Al amanecer, las catapultas (varias veces más grandes que las catapultas comunes, con enormes cabrestantes de metal y canastas de siete pies de diámetro) están listas; recuas de yaks las llevan tan cerca como es posible de las posiciones enemigas.
Luego, mientras unos pocos jinetes atrevidos hacen una falsa carga, para provocar a los adversarios, surge el grueso del ejército magok-da: guerreros enormes y redondos, acorazados, provistos de crueles puñales, largos arcos o temibles alabardas. Suben, con algunas dificultades, a las catapultas; son disparados, uno por uno, por los operarios de esas máquinas, que apenas tienen tiempo luego para tensar las cuerdas, hacer girar los cabrestantes, acomodar al siguiente proyectil, apuntar y disparar de nuevo. Es extraño y no poco aterrador ver a los guerreros magok-da en pleno vuelo, a veces girando sobre sí mismos, lentamente, y otras con la mirada fija en los soldados enemigos sobre los que caerán; todo el que los ve grita si, además, escucha los cantos de sangre con los que se acompañan en su viaje por los aires. (Un solo guerrero, al dar contra el suelo, puede matar a varias decenas de guerreros hostiles. Si sobrevive a la caída y consigue moverse, puede dar cuenta de por lo menos otro centenar.)
Desde pequeños, los magok-da son habituados a volar: sus padres, en lugar de acunarlos entre sus brazos, los lanzan por los aires para arrullarlos.
Alberto Chimal (Gente del Mundo)
La víspera de toda batalla, se escuchan en sus campamentos los sonidos de un trabajo febril. Al amanecer, las catapultas (varias veces más grandes que las catapultas comunes, con enormes cabrestantes de metal y canastas de siete pies de diámetro) están listas; recuas de yaks las llevan tan cerca como es posible de las posiciones enemigas.
Luego, mientras unos pocos jinetes atrevidos hacen una falsa carga, para provocar a los adversarios, surge el grueso del ejército magok-da: guerreros enormes y redondos, acorazados, provistos de crueles puñales, largos arcos o temibles alabardas. Suben, con algunas dificultades, a las catapultas; son disparados, uno por uno, por los operarios de esas máquinas, que apenas tienen tiempo luego para tensar las cuerdas, hacer girar los cabrestantes, acomodar al siguiente proyectil, apuntar y disparar de nuevo. Es extraño y no poco aterrador ver a los guerreros magok-da en pleno vuelo, a veces girando sobre sí mismos, lentamente, y otras con la mirada fija en los soldados enemigos sobre los que caerán; todo el que los ve grita si, además, escucha los cantos de sangre con los que se acompañan en su viaje por los aires. (Un solo guerrero, al dar contra el suelo, puede matar a varias decenas de guerreros hostiles. Si sobrevive a la caída y consigue moverse, puede dar cuenta de por lo menos otro centenar.)
Desde pequeños, los magok-da son habituados a volar: sus padres, en lugar de acunarlos entre sus brazos, los lanzan por los aires para arrullarlos.
Alberto Chimal (Gente del Mundo)
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