–¿Tú crees que mi abuela está muerta? –preguntó Berta con angustia, a su oído, en la pieza a oscuras, abrazándose bajo las sábanas a su cuerpo, que no alcanzaba a regresar del sueño.
–Todas tus abuelas están bien muertas.
–Mi mami Tencha, digo. ¿De veras crees que ya se murió?
–Tu mami Tencha y doña Mila y todas las demás, si más tuvieras. Todas están bien muertas y enterradas –dijo con fastidio, sin creer que su mujer pudiera preguntarle eso en serio.
–Yo también lo creía, pero no es cierto. Mi mami Tencha está abajo, en la sala. Vino a vernos. Viene peinada de salón y sin anteojos. Muy elegante, muy guapa –susurró Berta mientras su cuerpo se estrechaba al de su marido –. Acompáñame, vamos a saludarla.
Él la abrazó sin decir nada, mientras se esforzaba por recordar. Le costaba trabajo entender lo que Berta le decía.
–Viene con una amiga. No me la presentó. Se sentaron en el sofá grande. No seas majadero; vamos a verla.
Él apretó el abrazo, sin ganas de salir de la cama.
–No seas tonta. Abajo no puede haber nadie. Habrás soñado.
–Bajé a abrirle. Nos está esperando. Tan chula mi mami Tencha. Tan considerada. Me pidió que te despertara de a poquito; que no te asustara.
Él se incorporó a medias. Por la puerta entreabierta se veía la casa a oscuras. Había el resplandor acostumbrado de los faroles callejeros. Llovía casi sin ruido.
–No te oí bajar.
–Estabas bien dormido.
–Nadie puede bajar ni subir esa escalera sin que se oiga en toda la casa. No hay luz en la sala. Te digo que lo soñaste.
–Me pidió que no prendiera. Que no hacía falta, me dijo.
–Hace tres años que se murió tu abuela. Le quitaron un pedazo de hígado, acuérdate. Se fue quedando en los huesos. Al final ni siquiera nos reconocía.
–Le presté un jorongo porque tenía frío.
–Si quiere vernos, que suba –refunfuñó; tenía ganas de dormir, no faltaba mucho para que amaneciera y le esperaba un día difícil.
–No seas malo, no digas cosas así. Mi mami Tencha ha sido siempre muy respetuosa contigo.
Él sintió, contra su pesar, que finalmente había despertado. Apretó de nuevo el abrazo y sintió que su mujer tiritaba.
–Ya pasó, vida –le dijo mientras la besaba –. Son esos sueños…
–Tan guapa que está mi mami Tencha. Su piel tan tersa, sus ojos tan brillantes.
–Berta, no seas tonta.
–Te digo que vengas; no la hagas esperar.
–Berta, ¿no te acuerdas? Allí estuvimos la noche que se murió…
Ella le cubrió la boca con la mano y alzó a medias la cabeza y lo miró con un gesto de triunfo. Bajo el silencio de la lluvia, era evidente que alguien comenzaba a subir.
Felipe Garrido
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
:D Como le dije antes, a partir de leer su blog! todo sobre Usted, cambio para mi! saludos afectuoso G.
Publicar un comentario